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Ixtlán, el viaje definitivo. Por José Luis Aguirre

Este es un escrito sobre el misterio. Uno que nos acompaña callado durante el día, como un depredador que espera la noche para saciar su instinto.

El sueño es ese depredador invisible a la luz, que sin embargo nos acompaña a cada paso de nuestras frágiles vidas.
Ilya Prigogine 
(1), en un profundo y asombroso libro, Las Leyes del Caos (2), dice que:…El desarrollo científico desemboca en una verdadera elección metafísica, trágica y abstracta: el hombre tiene que elegir entre la tentación, tranquilizadora pero irracional, de buscar en la naturaleza la garantía de los valores humanos, la manifestación de una pertenencia esencial, y la fidelidad a una racionalidad que lo deja solo en un mundo mudo y estúpido. 
En este sentido la elección es a la irracionalidad, como una nueva forma de pensar y describir el mundo que nos habita.
Creo en este sentido que la teoría sobre el sueño que propone el psicoanálisis, si bien permitió dar un salto al abismo que separaba la superstición de la ciencia, sigue, aún empantanada en el mismo lodo en que está la física clásica, a saber el problema del tiempo.
Tanto en las ciencias naturales como en las psicologías del siglo XIX y XX, incluido el Psicoanálisis, lo que se intenta es alcanzar el ideal tradicional de la certidumbre asociada a una descripción o explicación determinista.
Toda certidumbre explicada de forma determinista elude lo que Prigogine plantea comoflecha del tiempo, concepto que junto con el de entropía, son medidas o valores del desorden y el caos.
Esto significa que en todo sistema el tiempo en su transcurso produce acontecimientos que no pueden ser determinados con certezas sino en base a probabilidades y que en estos acontecimientos, productos de combinaciones azarosas e indeterminadas, está lo creativo.
Para Dios todo está dado. Este es el paradigma que rige la ciencia clásica, su razón teológica, el pasado y el futuro están incluidos en el presente.
El problema del tiempo, lo que su devenir crea, destruye y preserva, es lo que siempre se ha intentado desacreditar o negar. Parecer ser que muchos saberes místicos y científicos han negado la realidad de este mundo inestable, mudable e inseguro, a los fines de asegurar uno que nos preserve del dolor de la vida y de la inevitabilidad de la muerte.
Todo el esfuerzo del pensamiento Occidental fue orientado a encontrar las leyes de lo Inmutable. La física clásica lo atestigua.
Nuestra posición es hacer del Ser un Devenir, una mutación constante montada en la irreversibilidad del tiempo.
Cuando Freud, genialmente, explicó las leyes del sueño, no pudo escapar del determinismo clásico, y planificó un sueño donde las imágenes y los afectos a ellas asociados eran consecuencias deformadas de imágenes y afectos pretéritos y primitivos que el deseo moldeaba a los fines de explicarse a la conciencia. De nuevo el presente estaba preñado de pasado y futuro. Para Dios todo está dado.
Si bien esto se comprueba por un método llamado asociación libre, no en todos los casos sucede, es mas, en la mayoría de los casos no sucede. El método ha subsumido todas las explicaciones, las que sí dan cuenta y a las que no, por la misma exigua lógica del método y por no contar con otras que sean hegemónicos. Como dice mi amigo, quien tiene una magistral fórmula para explicar el método psicoanalítico: si sale cara gano yo, si sale cruz pierde usted.
¿Qué pasaría si las imágenes oníricas se fueran presentando sin la elección del soñador, en forma probabilística y azarosas, dentro de un sistema inestable y caótico como el inconsciente?. 
¿Por qué pensar que cuando uno viaja, por un lugar que no ha visto nunca, lo que ve delante del parabrisas es un paisaje que ya conoce? Puede que se parezca a otros o puede ser que nos deje azorados, descentrados y sin recuerdos, como la primera vez que se ve el mar.
¿Por qué pensar solamente, que lo que se sueña son metáforas infantiles y reprimidas? Y si fueran otra cosa? ¿Si el sueño fuera un viaje, donde a partir de nuestra cualidad esencial como humanos, es decir, la cualidad perceptora, las imágenes fueran el producto del recorrido, la presencia azarosa de imágenes a través del movimiento rizomático de nuestro deseo. Un deseo que va contagiando por resonancias discontinuas e indiscriminadas?
¿Y si fueran las dos cosas: determinismo y caos?
Escena escuchada en una cocina, una noche al final del verano: Alguien contaba que su novia, la noche anterior y en víspera de un viaje, como todos, definitivo, le hablaba por teléfono sobre los numerosos y laberínticos preparativos. Era tarde, el día había sido largo y el cuerpo de él entraba en el campo suave del adormecimiento. Ella le dice no sé que cosa sobre la ropa de abrigo que no entra en la valija y el le contesta: - Lleva la bicicleta, llevala……, ella azorada por la respuesta : - Qué decís?!, él se despierta y nunca mas recuerda lo de la bicicleta. 
Por qué pensar solamente, que la bicicleta no se recuerda por causa de la represión? Por qué la bicicleta debe ser un elemento de la historia familiar? Y si el recuerdo no se produce, no por la represión, sino por una rotura o discontinuidad precisamente en la historia y en lo familiar? Y si la bicicleta fuera una imagen tomada por un deseo que transita lo inestable y caótico del inconsciente en forma azarosa. Todo viaje es definitivo e irreversible.
No todo lo que brilla es oro ni lo que no se conoce inexistente.
Escena escuchada una mañana entrando a los deslindes del otoño, el día después a uno de esos viajes en que las personas queridas se embarcan y nos dejan llenos de una triste alegría.
Ella me cuenta que soñó con la ciudad donde su querida persona se fue. Vio los muelles, la calle aledaña, los depósitos del puerto y mas allá los altos edificios. Ella se levantó con el pecho agitado por el sueño tan extraño. Extraño por saber que nunca había estado antes en esa ciudad, ni conocerla ni por fotos o algún otro medio, extraño y pavoroso por sospechar la posibilidad de que el sueño haya sido un viaje.
Maravillado por la pavorosa semejanza entre la descripción onírica y lo que veían sus ojos, la querida persona le escribe diciendo, desde tan lejos: -gracias por la visita.
La sospecha crece como las sombras del atardecer, la sospecha del viaje es ineludible y agobiante, como todas las ideas novedosas, esas que alborotan el cuerpo e inquietan el alma.
¿Se puede reducir a leyes estáticas e inmutables la gigantesca potencia del deseo, su tumultuoso poder de creación, su caótico e impecable accionar?
Esta perspectiva sólo es posible si consideramos que en todos los fenómenos que percibimos a nuestro alrededor, ya sea en la física macroscópica, en la química, en la biología o en las ciencias humanas, el pasado y el futuro tienen distintos papeles.
Una tarde, la Gorda le dice a Carlos Castaneda (3): 
- Podemos ensoñar juntos, mi cuerpo me dice que lo hemos hecho antes. Ya hemos entrado en el ensueño como par. Vas a ver que será facilísimo como fue ver juntos.
- Pero no sabemos cuál es el procedimiento para ensoñar juntos- dije.
- Pues tampoco sabíamos cómo ver juntos y sin embargo vimos- dijo - Estoy segura de que si lo intentamos, podremos hacerlo, porque no hay pasos específicos para todo lo que hace un guerrero. Solo hay poder personal. Y en este momento lo tenemos.
Spinoza se preguntaba ¿cuánto puede un cuerpo? Las respuestas no las encontraremos seguramente en los estrechos ríos de la razón sino sumergiéndonos en el océano infinito del misterio.

(1) (1917-2003) Premio Nobel de Química en 1977.
(2) I. Prigogine, Las leyes del Caos, Edit Critica, Barcelona 1997.
(3) Carlos Castaneda. El Don del Aguila. Emece. Bs. As. 1981. pag. 129/30.

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